Los gusanos de seda no beben agua. De pequeño cuidó orugas en una caja de zapatos. Estaba obsesionado por tener siempre hojas de morera frescas, ni secas ni mojadas, como el Martini seco de James Bond. La templada sutileza de las cosas que intentan, si no ser perfectas, estar en el camino.

Esa obsesión por los cuidados de aquellas promesas de mariposa se ha mantenido en sus diversas formas. Tiene una pecera llena de extraños monstruos, su alimentación es un ritual que lo encadena. Muchos días lo atormenta, en mitad de sus rutinas, la duda de si ha cambiado la luz o la temperatura, de si ha puesto su dosis de pienso a esa variada fauna de peces hambrientos. En esos días, vuelve a casa con el miedo de encontrar muertos, flotando en un paisaje desolado y húmedo.

Otros días se plantea hacia qué lado del cristal está el agua, quién depende de quién. Como el reloj de Cortázar, tal vez era él el que es cuidado por esa colección de seres acuáticos, igual que son esos pequeños perros los que sacan a pasear a las ancianas viudas.

Trabaja mentalmente esas inversiones, a qué lado de la jaula del jilguero está la libertad, si los libros que lee son ventanas de su pensamiento o los bloques de un muro que lo encierra. Si, cuando escribe, las palabras concretan sus ideas o las anquilosan.

David Gozalo

Muestra de nuestro trabajo como escritores por encargo.